martes, 2 de julio de 2013

La pesca milagrosa




Lucas 5 ;1 11

Sucedió que, estando Jesús junto al lago de Genesaret, la multitud se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban a la orilla del lago; los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes. Entonces, subiendo en una de las barcas, que era de Simón, le rogó que la apartase un poco de tierra. Y sentado enseñaba desde la barca a la multitud.  Cuando terminó de hablar, dijo a Simón:       – Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Simón le contestó:   - Hemos pasado toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo dices, echaré la red.    Al momento la red se puso tensa y se rompía por la abundancia de peces. Hicieron señas a sus socios que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarles. Estos socios eran el joven Juan y su hermano Santiago. Las dos barcas se llenaron tanto que casi les entraba agua por la borda.    Simón se echó a los pies de Jesús y le dijo:   - Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.   - No temas. Desde ahora serás pescador de almas.    Cuando llegaron a tierra Jesús pidió a Simón y a Andrés que le siguieran. Lo mismo dijo a Santiago y a Juan. Ellos, dejando todo, se fueron con Él.








Reflexión:

El evangelista, hoy, nos recuerda que «rememos mar adentro y echemos las redes para pescar» y, aunque las redes salgan vacías, no nos desanimemos sino que lo intentemos una y otra vez. Pero para echar las redes tenemos que tener dos actitudes fundamentales: fe y constancia. ¿Difícil? Sí, pero no imposible. Debemos aprender a nadar a contracorriente y no desanimarnos porque nuestra pesca es la pesca de hermanos para el Reino de Dios y no todas las personas están dispuesta a escuchar y, menos, a seguirle.
Jesús insiste: «echad las redes», nosotros no terminamos de creerlo pero Él insiste; no nos deja solos, nos acompaña, nos enseña con su testimonio y palabra.
Nos creemos más sabios que nadie y pensamos que nadie puede enseñarnos más de lo que sabemos y sobre todo, como pasó con Pedro, si es alguien que tiene menos estudios o pertenece a una familia más humilde. ¿Qué hacemos? Dejar de luchar, de pescar, nos bajamos de la barca, dejamos la red y no hacemos frente a los problemas.
¿Dónde está nuestra confianza en el Espíritu, nuestra fe, nuestra constancia? Dios nos hace libres, inteligentes, iguales; pone a nuestro alcance todo lo necesario para enfrentarnos a los problemas y nos da el don de la palabra para atraer a nuestros hermanos al camino de la fe. En definitiva, a ser mejores personas y a trabajar por un mundo más justo y equitativo para todos.
El buen seguidor de Jesús no debe esperar un milagro sino que en su día a día debe tener esperanza, fe, constancia y hacer suya esta frase esencial: «Rendirme, lo siento eso no va conmigo» porque sé que Dios me acompaña y su Espíritu me alienta.









  

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